Agradecido por estar vivo

El célebre novelista ruso del siglo XIX Dostoievski pensó que moriría treinta y dos años antes de su fallecimiento. Fue sentenciado a muerte a causa de su relación con un grupo socialista. En diciembre de 1849, lo arrastraron a la plaza Semionovski de San Petersburgo para acabar con su vida. Sin embargo, para su gran sorpresa, le concedieron la amnistía en el último momento. Más tarde, Dostoievski describió la reacción que tuvo aquel día: «Empecé a deambular por mi celda en el revellín de Alekseevsky y no podía parar de cantar; cantaba hasta desgañitarme, pues tal era mi felicidad al haber recuperado la vida».[1]

La mayoría de nosotros nunca tendrá que enfrentarse a un suceso tan dramático. Sin embargo, creo que en las vidas de todos ha habido momentos en los que nos ha embargado un sentimiento de gratitud por existir, ¿me equivoco?

En mi caso, vivo momentos así cuando contemplo la puesta de sol en Granada. De hecho, Bill Clinton la ha descrito como la más bella del mundo (y prometo que no trabajo para la oficina de turismo de la ciudad). Desde mi casa puedo ver cómo el sol se oculta tras las montañas, mientras el azul del cielo se tiñe gradualmente de tonos rojizos hasta que el sol desaparece de la vista hasta la mañana siguiente. Esta visión me absorbe por completo (tampoco es que acostumbre a pasar media hora sin hacer otra cosa más que mirar fijamente la puesta de sol, normalmente unos segundos suelen bastar). Los efectos van más allá de un profundo suspiro y una sonrisa; en momentos como ese, también me invade un sentimiento de gratitud simplemente por estar vivo.

Os Guinness proporciona una buena descripción de este sentimiento: «¿Alguna vez has sentido gratitud por existir? ¿Te has maravillado al sentir la arena entre los dedos de los pies, al oír la brisa acariciando los árboles o al descubrir una gota de rocío sobre una rosa? ¿Has pensado alguna vez en que los entes naturales no son capaces de crearse ni de mantenerse a sí mismos? Todos ellos, incluidos tú, yo y el universo entero, debemos nuestra existencia a algo más. La pregunta es: ¿a qué o a quién?»[2]. La pregunta de Guinness es extremadamente significativa.

La Biblia nos muestra que antes de que algo existiera, siempre ha habido alguien. Antes del qué, siempre ha habido un quién. La Biblia insiste en que Dios, como autor de toda creación, es el único ser legítimo al que debemos agradecer nuestra existencia. En ella también leemos, con referencia a Jesús, que “por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir.”[3]

Ciertamente, Dios no necesita nuestra estima. De ningún modo se engrandece su ego ni tampoco obtenemos puntos adicionales en nuestra relación con Él. Los momentos excepcionales en los que nos invade un sentimiento de agradecimiento por la existencia son un regalo del arquitecto que los creó. Con todo, me pregunto si lo único que dota verdaderamente de plenitud a esos momentos es que otorguemos nuestro reconocimiento a su creador. Diría que sí. Dios merece toda nuestra gratitud.


[1] Guinness, Os. Long Journey Home, Waterbrook Press, Colorado Springs, 2001, p. 49.

[2] Ibid, p. 50.

[3] Juan 1:3 (NVI)

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