“¡Cómete la verdura!”. Esta suele ser la recomendación que dan los padres a sus hijos a la hora de comer, ¿no es cierto? (perdóname si te hago recordar algún trauma infantil producido en la mesa familiar). Sin embargo, en mayo de 2011, en Europa se recomendó algo muy distinto: “¡Ojo con las verduras crudas!”. Un brote de la bacteria E. coli en Alemania provocó la muerte de varias personas y afectó a varios centenares en todo el continente. No se conocía el origen de la mortífera E. coli, pero se sospechaba que estaba presente en algunas verduras crudas.
Para poder distinguir la E. coli a simple vista, es necesario aumentar unas 10.000 veces su tamaño. No obstante, un grupo de estas pequeñas bacterias es capaz de matar a un ser humano en apenas unos días. Es muy triste pensar en aquellas personas que disfrutaban de su comida ajenos al hecho de que esto les costaría la vida. ¿Quién habría imaginado tal cosa?
Debemos admitirlo: la vida es frágil. Tal como el cantante británico Sting lo expresó en una de sus canciones:
“Siempre la lluvia caerá
como lágrimas de estrella, como lágrimas de estrella.
La lluvia nos hablará sin cesar
de nuestra fragilidad, de nuestra fragilidad.”[1]
Santiago, escritor de uno de los libros de la Biblia, decía a sus lectores: “Pues ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece.”[2]
Quisiera invitarte a que te plantearas una pregunta breve pero trascendente: “¿Y entonces qué?”. La vida es frágil y podemos perderla en el momento más inesperado. ¿Y entonces qué?
Nada más lejos de mi intención que sugerir que debemos obsesionarnos con la muerte. Mas creo que sería una insensatez no reflexionar acerca de algo que sabemos que pasará. ¿No te parece curioso que nos interesemos y nos “pre-ocupemos” por hechos posibles (la mayoría de los cuales nunca suceden como los imaginamos) mientras ignoramos aquellas situaciones que sabemos con seguridad que se harán realidad? En mi opinión, la fragilidad de la vida y, consecuentemente, la certeza de la muerte son ejemplos de ello.
Jesús habló de la existencia de una vida eterna repetidamente. Un ejemplo sería el siguiente: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. (…) El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que se niega a creeren el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.”[3]
Aunque tal vez no nos guste oírlo, la verdad es que Jesús habló de los dos lugares en los que los seres humanos pueden pasar la eternidad: con Dios o sin Dios; en el cielo o en el infierno. Según Jesús, los que creen en Él en esta vida estarán a su lado para siempre; aquellos que lo rechazan pasarán por un juicio divino y estarán lejos de Él por toda la eternidad.
Jesús, el Dios-Hijo-hombre, murió en nuestro lugar, resucitó y reina sobre todo y todos. Sólo Él ofrece el perdón que todos necesitamos; sólo Él ofrece una relación auténtica, transformadora y sorprendente con Dios; solo Él merece todo nuestro amor, servicio y adoración. Si reconocemos que naturalmente amamos a algo o alguien más que a Dios (a lo que la Biblia llama de pecado) y creemos en lo que Jesús hizo por nosotros, él dejará de ser sólo un admirable personaje histórico para ser también nuestro Salvador, Señor y mejor amigo. Jesús afirmó: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.”[4]
Hoy todavía tenemos la oportunidad de tomar una decisión que afectará el resto de nuestra eternidad. Hoy todavía podemos hacer lo que fuimos creados para hacer: vivir para Dios, probando la incomparable nueva vida que Él nos proporciona por medio de Jesús y cooperando con lo que Él está haciendo en su mundo.
¿Y entonces qué? Podríais responder que no nos espera nada. Pero, ¿te has parado a pensar en que tal vez hay otra posibilidad? ¿Te has planteado seriamente que Jesús podría haber dicho la verdad? ¿No sería este un buen momento para considerar tu postura, antes de experimentar la fragilidad de la vida?
Como otras miles de millones de personas a lo largo de la historia, personalmente creo que las palabras de Jesús condicen con la realidad. Aparte del hecho de que mi vida sea más frágil de lo que estoy dispuesto a admitir, tengo la esperanza en una vida eterna gracias a Él, y con Él. Deseo del fondo de mi corazón que tú también la tengas.
C. S. Lewis expresó este convencimiento al final de su saga Las crónicas de Narnia de una forma preciosa. Hace referencia al tiempo que pasaron los principales personajes de la obra en Narnia para elaborar una metáfora con la que representa la esperanza de aquellos que aman y conocen a Jesús:
“Pero para ellos era solo el comienzo de la historia real. Toda su vida en este mundo y todas sus aventuras en Narnia no habían sido nada más que la tapa y el título: en ese momento, por fin, empezaban el Capítulo Primero del Cuento Más Grande, el cuento que nadie ha leído en este mundo, el cuento que dura para siempre jamás, en el cual, cada capítulo siempre será mejor que el anterior”[5].
[1] Traducción libre de un fragmento de la canción Fragile de Sting.
[2] Santiago 4:14 (RVR1995)
[3] Juan 3:16 y 36 (RVR1995)
[4] Juan 14:6 (RVR1995)
[5] Lewis, C.S. The Chronicles of Narnia: The Last Battle, HarperCollins Children’s Books, Nueva York, 2002, pp. 210-211 (Las crónicas de Narnia: La última batalla, Destino Infantil & Juvenil, 2005.)